Ciudad del Vaticano.- Una vez más, el mundo vuelve su mirada hacia Roma luego de la muerte del papa Francisco, quien falleció a los 88 años de edad el 21 de abril a las 7:35 de la mañana.
Tras la muerte o renuncia de un pontífice, se activa un protocolo estricto: la elección del nuevo sucesor, es decir, el Cónclave. Este es un proceso reservado únicamente para los cardenales menores de 80 años, quienes se encierran en la Capilla Sixtina para votar hasta elegir al nuevo líder de la Iglesia Católica.
Para que uno de ellos sea electo papa, debe alcanzar una mayoría de dos tercios de los votos. Las votaciones pueden realizarse hasta cuatro veces al día: dos en la mañana y dos en la tarde.
¿Humo negro o blanco?
Al finalizar cada ronda de votación, se queman las papeletas en una estufa especial. El color del humo que emerge de la chimenea instalada en el techo de la Capilla Sixtina es la única señal pública del resultado.
Si no se alcanza un consenso, el humo que sale es negro. Esta fumata indica que ningún candidato obtuvo la mayoría necesaria.
Antiguamente, se lograba esta tonalidad agregando paja húmeda a la quema. Hoy se utilizan productos químicos como perclorato de potasio, antraceno y azufre para asegurar el característico color oscuro.
Durante el proceso de votación es común que el humo negro se repita varias veces, lo que genera expectativa e incertidumbre entre los fieles. Por ejemplo, el Cónclave de 2005 que eligió a Benedicto XVI duró menos de 48 horas, mientras que el de 1903 se prolongó por más de cinco días.
Cuando finalmente sí se elige un nuevo papa, el humo que sale es blanco. Esta vez, las papeletas se queman con una mezcla diferente: clorato de potasio, lactosa y colofonia, generando una fumata blanca, nítida y visible incluso desde la Plaza de San Pedro.
Esa señal indica que la Iglesia tiene un nuevo papa, aunque su identidad aún no se revela.
Minutos después, el cardenal protodiácono aparece en el balcón central de la Basílica de San Pedro y pronuncia las palabras más esperadas: "¡Habemus Papam!". Es entonces cuando el nuevo pontífice se presenta ante el mundo y ofrece su primera bendición.
Aunque pueda parecer un simple símbolo, el humo blanco o negro cumple una función importante: comunicarle al mundo lo que ocurre a puertas cerradas en uno de los procesos más solemnes y tradicionales del Vaticano.